dijous, 26 d’agost del 2010

A mi padre

Hay tantas preguntas que se me han quedado en los bolsillos
Qué paisaje ves cuando cierras los ojos
Que sabor inunda tus labios cuando recuerdas tu infancia
Qué echaste de menos en la vida
Qué lugares te quedaron por conocer.
Y hay tantas cosas que nunca te conté,
Tantas verdades y tantos sueños que jamás compartí contigo
Tantas postales que no podré explicarte cuando regrese de rincones lejanos

Las cosas siguen pasando sin ti
Pero ya no hacen tanto daño
Tampoco las alegrías son tan intensas.
Desde donde estés podrás ver qué será de nosotras
En lo que nos convertiremos.

Mi pie de foto

Adolescentes, entre leonas y panteras

Interesentasímo el artículo "De trapos y siliconas" de Gabriela Cañas publicado esta semana por El País, que invita a muchas reflexiones. Copio algunos fragmentos de su texto, aunque vale la pena leerlo entero.

"Se impone el culto al cuerpo y las mujeres adoptan la imagen hipersexuada que se espera de ellas ante las dificultades de hallar su sitio en una sociedad desequilibrada por el peso del dinero y los valores masculinos"
"Así hemos generado un mundo de esquizoides en el que se invita a las adolescentes a estudiar como leonas y vestir como panteras".
"el aspecto físico adecuado es casi indispensable para que una mujer logre el éxito social".

Un cuento de Cortázar convertido en realidad

Confieso mi preferencia por el cuento antes que por la novela. Aunque no se trata de una guerra ni de comparar los dos géneros, pero me admira mucho más la capacidad de un escritor o escritora para condensar su maestría en pocas líneas. No hay lugar para la paja, para las digresiones, para lo superfluo. El novelista tiene cientos de página para disimular sus carencias entre los pliegues de sus aciertos. Hay novelas que son obras maestras, pero los cuentos que lo son me cautivan aún más. Porque son obras maestras en cada palabra, cada pausa, cada signo de puntuación. La fotografía es a una película como el cuento a la novela. Y uno de los cuentistas más universales y geniales, y uno de mis escritores preferidos es Julio Cortázar, que precisamente aseguraba: “el tiempo y el espacio del cuento siempre han de estar sometidos a una alta presión espiritual y formal”.
Y es suyo uno de los cuentos que más huella me han dejado. De hecho, si alguien me pidiera que dijera al azar 5 cuentos que recuerde, este ocuparía las primeras posiciones. Es “La autopista del Sur”, escrito en 1964 e incluido en el libro “Todos los fuegos, el fuego” (1964). Cuando lo leí me pareció una historia genial, sentí ese envidia terrible cuando leo algo que me hubiera encantado escribir a mí, por las relaciones que se crean en una situación tan cotidiana como un atasco monumental, pero llevado a la exageración inverosímil. Tan inverosímil que hasta ayer se me antojaba ciencia-ficción. Uno de esos argumentos propios del realismo mágico.
Cortázar relata con su asombrosa sencillez las relaciones que se forman al convivir en un atasco a las afueras de París que dura semanas, meses. Surge la necesidad de compañía, de solidaridad, de compartir, de ayudar a los que lo necesitan, el egoísmo también, la intolerancia, la organización de roles y tareas, y surgen también la amistad e incluso el amor y la pasión, y los celos. Son náufragos en un mar de asfalto donde los coches son como apartamentos en un edificio aislado en medio de una isla desierta. Para los que prefieran el cine a las letras, Godard se inspiró en el cuento para rodar la película “weekend”. Fragmento de la película.
Y digo hasta ayer cuando leí la noticia que miles de ciudadanos chinos estaban atrapados desde hacía 11 días en un atasco que podría durar meses.

Recorriendo la Habana de la mano de Cabrera Infante


Ha sido emocionante leer “La Habana para un infante difunto” de Guillermo Cabrera Infante durante el tiempo que he estado en La Habana. Emocionante por tropezarse de pronto, sin premeditación alguna, con los escenarios de las peripecias amorosexual del protagonista. Y especialmente porque no hay que hacer un gran esfuerzo de imaginación para reconocer estos lugares, debido al extraordinario fenómeno de vivir en una burbuja del tiempo que experimenta esta ciudad. Y este país. Los edificios, las calles, los coches se me antojaban asombrosamente tal cual los describía Cabrera Infante recreando los años 40 y 50 del siglo pasado.

El lugar donde yo vivía hacía esquina con la calle Zulueta (como Iván), en cuyo número 108 pasa la infancia el infante en un solar, un edificio de pisos cuarteado en habitaciones donde se alojaban parejas, solitarios, familias, y donde la libido de sus habitantes (o debería decir “habitantas”) alcanzaba cotas extremas. En cada rincón de aquel laberinto de cuartos compartidos, de lavabos comunes, de pasillos estrechos, de cocinas con turnos y horarios, de escaleras empinadas, aguardaba un sorpresa excitante en forma de mujer (desde la más dulce niña de 9 años a la anciana más animada) que van conformando la turbulenta educación sexual del infante. Al girar la esquina nos encontrábamos con el Centro Asturiano, en cuya biblioteca, el protagonista aprovechaba la intimidad de los libros y su aire intelectual para iniciar algunas estrategias de seducción con jóvenes lectoras. Desde mi ventana se veía gran parte del Paseo del Prado donde el ya adulto infante perseguía mujeres. Y reconocía los nombres de cines y parques donde luego remataba su faena. Al salir a pasear o comprar a algún lugar cercano, me tropezaba con calles como San Lázaro, Neptuno, Virtudes, Ánimas, Montserrate, donde el protagonista había frecuentado un hotel de habitaciones por horas, donde trabajaba alguna señorita deseada o donde lo había dejado un taxi una noche.

Sin duda, el protagonista (del que nunca conocemos su nombre, tal vez porque comenta en diversas ocasiones la vergüenza que le da llamarse así) tiene una fijación enfermiza por el sexo, y por el sexo femenino para ser más específicos. Por todas, menos por su esposa (personaje femenino que es como un fantasma del que nada conocemos y que sólo aparece en dos ocasiones, llorando y lamentándose de sus evidentes infidelidades). Lo más terrible es que lo que en la adolescencia se nos presenta como enamoramientos platónicos de un muchacho sensible … luego se transforma en una sucesión de conquistas consumadas con un total desprecio por su objeto de deseo, por la mujer, que una vez utilizada pasa a ser una más en la lista de hazañas sexuales. A través del sexo, se obsesiona con dos mujeres (Julieta y Margarita) y me ha recordado a otros personajes intelectuales, de buena familia, con una posición acomodada, con una apariencia de respetabilidad y serenidad. He recordado al conde Laszlo Almansy de “El paciente inglés” o al protagonista de “El museo de la inocencia” de Orhan Pamuk que estoy también leyendo actualmente. Son personajes intensos, nostálgicos, apasionados, enamorados perdidamente de un lugar: El Sahara, Estambul, La Habana. Y enamorados obsesivamente de mujeres que no les pertenecen.

El giro final es sorprendente e ingenioso, me ha hecho recordar un extravagante corto en blanco y negro que aparece en medio de la película “Hable con ella". Y aunque en el fondo es el coherente final para un personaje cuya existencia gira en torno al sexo femenino, no acaba de encajarme con el tono evocador y verosímil del resto de la novela.

dilluns, 23 d’agost del 2010

Hipatia, la primera científica de la historia


Vaig descobrir la història fascinant d'aquesta dona en el magnífic llibre de Javier Reverte "El corazón de Ulises", un dels llibres amb què més he disfrutat en els darrers anys. Uns mesos després, Amenabar la presentava en societat al gran públic, restacant així un personatge tan poc conegut i tan interessant en l'imaginari femení, malauradament amb tantes mancances de figures històriques femenines per reivindicar. Evidentment la seva història i el seu paper encaixava perfectament en la filosofia de la nostra web Feminasonline.com, així que vaig fer un article per a la nova secció "Mújeres históricas" on hi ha altres articles de companyes meves igualment interessants.

dilluns, 16 d’agost del 2010

Jorge Drexler, atrayente en sus silencios y en su conversación

El pasado sábado una treintena de personas tuvimos el privilegio de estar charlando durante una hora con Jorge Drexler en el escenario incomparable de la biblioteca del Castell de Peralada. Se trataba de una afortunada iniciativa que forma parte de las actividades de la Universitat d’estiu de la Universitat Ramon Llull. Es de agradecer el detalle del intérprete de Urugay de esperar durante una hora a la veintenta de asistentes que veníamos en autocar y que nos vimos atrapados en un atasco monumental. De todas formas, aquella hora de espera no fue tiempo perdido para Drexler si “he podido hacerlo en una biblioteca como ésta”. Nada se pierde, todo se transforma, El cantautor animó a los presentes a “prestar atención a las cosas, e incluso a uno mismo”. Según Drexler, sólo prestando atención a uno mismo, “que es lo único de lo que se tiene perspectiva en el universo” se descubre por ejemplo una vocación. Y lo explicaba alguien que estudió Medicina y acabó dedicándose a la música, para disgusto inicial de su padre, presente en la biblioteca.


Es asombrosa la capacidad de abstracción de Drexler para hablar de nada en concreto una hora pero mantener tu atención, e incluso deleitarte con los que estás escuchando, aunque sea una digresión sobre el ruido que hacen los aires acondicionados. Así comenzó la charla, pidiendo que apagaran el aire acondicionado para respetar el silencio de la biblioteca: “los libros además de emitir conocimiento, absorben sonido”, aseguró Drexler ilustrándonos sobre la acústica de los libros y demostrando con una palmada que no se producía eco, sólo “un eco tenue”. Esto que estás oyendo ya no soy yo, es el eco del eco de un sentimiento.

También tuvo palabras para bombillas que iluminaban la biblioteca y que aunque no lo percibamos en un primer momento, también emiten sonido. “El ruido de una máquina encendida constantemente es como un mal olor”, aseguró refiriéndose a los aires acondicionados mientras yo pensaba en mi antigua nevera apestando mi casa durante 5 años. La maquina la hace el hombre, y es lo que lo que el hombre hace con ella.

Y continuando con el tema improvisado de su conferencia aseguró que “yo trabajo más sobre el silencio que sobre el sonido”. E incluso confesó que “los músicos que trabajan conmigo están escogidos por su silencio”. Drexler nos hizo para atención sobre la belleza del silencio compartido que implica una unión, “que todo el mundo esté de acuerdo en algo”. En guardar silencio. Drexler se admiraba que en un concierto, en una conferencia, la audiencia se hace activa cuando se mantiene en silencio, “porque hace algo que consiste en no hacer”. Y en referencia a si percibía las reacciones del público encima del escenario, Drexler reconoció estar muy abierto a todo lo que sucedía pero sin estar demasiado abierto porque “el que piensa arriba del escenario pierde. Porque pierde el hilo”.

Como comentó en un momento de diálogo con la rectora de la Ramon Lull, Esther Giménez-Salinas, hay conferenciantes a los que sólo les interesa el contenido de lo que tienen que decir y no el continente. Y a veces el continente es tan atrayente como el contenido. Drexler tiene esa fabulosa capacidad de resultar igual de embriagador lo que dice como el cómo lo dice. Concretamente, en la charla del sábado primaba la atracción del continente. El contenido eran digresiones vagas ante la timidez de la audiencia que parecía demasiado impresionada por la presencia del Drexler-ídolo como para establecer un diálogo con él, que era en teoría a lo que habíamos venido. La mayoría, y yo me incluyo, nos bastaba con oírlo hablar. De lo que fuera. Del sexo de los ángeles. Aunque no pude perder una oportunidad como aquella para intervenir y que el Drexler-ídolo me respondiera directamente a mí, olvidando que hace ya algunos años (cuando no era tan conocido como ahora) le hice una entrevista informal y relajada en el hall del hotel Barcelona Sants puesto que venía al teatro Joventut a presentar su último trabajo Sea. En aquella ocasión, cometí el error de no aceptar unas invitaciones al concierto que hoy me emocionarían.

Otra fan espontánea le preguntó si a la noche, en la actuación en el Festival de Peralada, iba a cantar “la canción del Óscar”, a lo que Drexler respondió: “no creo, pero la cantaré ahora mismo si me prometes no volver a llamarla la canción del Óscar”, porque ésta canción tiene un nombre y ya existía antes de ganar la estatuilla con la que el intérprete parece tener una relación incómoda, aunque es innegable que el premio le aportó el reconocimiento mundial, o al menos el Conocimiento general, o incluso el éxito. “Etimológicamente éxito significa salida, y en medicina significa muerte”, recordó el antiguo estudiante de Medicina. “El éxito es la muerte de una entidad viva y dinámica, pasa al mundo mineral”.

En la actuación de la noche en el Festival de Peralada, que la lluvia respetó hasta los bises, no cantó efectivamente “al otro lado del rio”, pero sí dos de las canciones de Drexler que más me entusiasman: su versión de la canción “milonga del moro judio” (hay tanta cordura, tanta lucidez en esa letra que me apena que no sea más conocida, que no se enseñe en las escuelas ya sea en la asignatura de Educación a la Ciudadia o en la de Literatura en vez de las rimas de Quevedo con ese aire misógino y racista) y “el pianista del gueto de Varsovia”.

Milonga del morojudio
Por cada muro un lamento
En jerusalén la dorada
Y mil vidas malgastadas
Por cada mandamiento.
Yo soy polvo de tu viento
Y aunque sangro de tu herida,
Y cada piedra querida
Guarda mi amor más profundo,
No hay una piedra en el mundo
Que valga lo que una vida.
Estribillo
Yo soy un moro judío
Que vive con los cristianos,
No sé que dios es el mío
Ni cuales son mis hermanos.
No hay muerto que no me duela,
No hay un bando ganador,
No hay nada más que dolor
Y otra vida que se vuela.
La guerra es muy mala escuela
No importa el disfraz que viste,
Perdonen que no me aliste
Bajo ninguna bandera,
Vale más cualquier quimera
Que un trozo de tela triste.
Estribillo
Y a nadie le dí permiso
Para matar en mi nombre,
Un hombre no es más que un hombre
Y si hay dios, así lo quiso.
El mismo suelo que piso
Seguirá, yo me habré ido;
Rumbo también del olvido
No hay doctrina que no vaya,
Y no hay pueblo que no se haya
Creído el pueblo elegido.
Estribillo

divendres, 13 d’agost del 2010

Mapa cromático del atardecer






Es un único sol el que nos ilumina, hay lugares en el mundo tan asombrosos que logran imponer su personalidad tiñendo con su luz propia los atardeceres. Hay ciudades que regalan sus colores al Sol. Tonalidades únicas, que casi podrían definirse en un número de Pantone concreto, que no podrían reproducirse en ningún otro lugar del planeta. Así, el Sol se pone sobre Estambul en un rojo encarnado, desangrándose en sus afilados minaretes, mientras que el desierto de Wadi Rum despide el día envolviéndose plácidamente en el oro carmelita de sus dunas. Y de azul turquesa se tiñe el ocaso en Oía, en el extremo norte de Santorini. Es gris, brillante y satinado, el sol que desaparece tras los rascacielos de Manhattan y el puente de Brooklyn. Y es violeta uno de los atardeceres más espectaculares que he visto en mi vida desde la fortaleza de El Morro, frente a la Habana.

Puntual como cada noche desde el siglo XVIII, un cañonazo anuncia las nueve de la noche, hora en la que se cerraban las puertas de la ciudad. Ahora una ceremonia sólo apta para turista representa aquel momento.


Recortada sobre el horizonte, la vieja vagabunda, sucia y desaliñada, se transforma de pronto en una dama blanca, elegante e inmaculada. A esa hora, la Habana adquiere una perfección casi de ficción como si se tratara de la maqueta de una película de catástrofes de Hollywood donde está a punto de caer un rayo fulminante, un meteorito de destrucción masiva o una nave espacial con visitantes enemigos. ¿Cómo puede tener un envoltorio tan pulcro y distinguido con la decadencia que esconde dentro esta ciudad embrujadora? Y es que pese a todo, es imposible resistirse al encanto de la Habana, con sus fachadas restauradas en colores pastel junto a callejones oscuros y abandonados, con sus palacetes aristocráticos junto a edificios apuntalados, sucios, despellejados, donde luce la ropa tendida. La restauración llevada a cabo en los últimos años le ha lavado la cara a algunos rincones de la ciudad, arduo trabajo que aunque revela lugares preciosos no significa más que una anécdota, es tan residual para la magnitud que representa la Habana. Calles y calles, barrios enteros que son diamantes en bruto, escondiendo su belleza para su cara sucia. Si hago un esfuerzo por imaginarme lo que sería toda la Habana restaurada, se ilumina la ciudad, la ciudad más hermosa del mundo … convertida en un parque temático. Ficticia, un decorado inmenso, pensada para deleite de los turistas, con su cirugía estética implantando botox en sus fachadas y haciendo liposucciones en sus callejuelas. Me gusta la Habana tal y como la he conocido. Mundana, ruidosa, popular. Gris de día y violeta al atardecer.