Hace
dos meses, en un tren camino de Tortosa abrí las páginas de “Mañana no será lo
que Dios quiera” con esa emoción con la que se empiezan las cosas que hace
tiempo que deseas hacer, disfrutando de un placer que ya anticipaba, como
cuando salivas ante un pastel de chocolate que está por comer. Llevaba tiempo
ojeando el libro en las librerías, leyendo la contraportada, pasando páginas al
azar. Esperando el mejor momento para comprármelo. Y una vez comprado,
esperando el mejor momento para leerlo. A simple vista, puede resultar absurdo
no comprar algo que deseas comprar. Pero siguiendo con el símil del pastel de
chocolate, también disfrutas dejándolo para el final, alargando la espera. En
el sexo, estaríamos hablando de una fase que se conoce como la meseta, la que
precede al orgasmo.
Y
como siempre me ha inspirado mucho viajar en tren, pensé que aquel era el mejor
momento para iniciar la lectura. Y lo fue.
Durante
dos meses he tratado de prolongar la lectura el máximo posible, bebiéndolo
sorbito a sorbito, deleitándome en cada pasaje, extendiendo cada capítulo,
saboreando cada fragmento. Queriendo siempre un poco más, pero sin querer
llegar nunca al final.
Y
es que no podía ser de otra manera. Mi poeta preferido, Luís García Montero,
escribiendo un relato evocador y nostálgico de la infancia y la juventud de
otro de mis poetas de cabecera, Angel González. ¿Podían conjurarse más
elementos a mi favor? Sólo me faltaba a Sabina y a Pedro Guerra cantándome al
oído.
Y
eso que el experimento podría no haber resultado. Un poeta no tiene porque
estar dotado para la prosa. La infancia de un poeta no tiene porque ser tan
apasionante como para merecer ser novelada. Aún así, yo sospechaba que sería un
acierto. He leído con frecuencia artículos de opinión de Luís García Montero
como para ser consciente de su gran dominio del lenguaje, ya sea en poesía como
en prosa, y de su gran capacidad para convertir en apasionante el detalle más
discreto. Tal vez la literatura sea eso. No se trata tanto de explicar grandes
historias, grandes proezas, sino de saber convertir las historias más sencillas
en material literario, de saber envolverlas de un halo de emoción, de
enfatizarlas para hacerlas especiales. Y eso es precisamente lo que hace García
Montero con la vida del niño y el joven Angel González.
Es
la vida de una infancia y una adolescencia en los años de la República y la
Guerra Civil y la Postguerra, como podrían ser lo de cualquier otro muchacho de
su edad. Pero García Montero lo hace mediante el dominio del lenguaje, un lirismo
de la narrativa, la belleza de las imágenes, la emotividad de las reflexiones.
Y logra hacer memorable y especial los más sencillos detalles de la vida de
Ángel González. Un segundo en una ventana, un hombre que se agacha a limpiarse
los zapatos, colarse en un partido de la Selección Española de entonces, una
amenaza de muerte de un falangista, un camión de anuncia caldos por toda la
ciudad, una gata que todo lo destroza, una propina estafada por unos obreros
bromistas, un reloj comprado con los ahorros de la madre que le robaron una
noche en Madrid. Incluso el propio González le dice a García Montero al final
del libro que no entiende por qué le da tanta importancia al asunto del reloj.
Porque García Montero había encontrado en esa anécdota ese elemento especial
para hacer literatura.
Además
de conocer la infancia de González y de
su familia, formada por hombres y mujeres con una brillante trayectoria en la
pedagogía y la enseñanza, podemos descubrir la vida cotidiana de una familia de
izquierda de clase media en un convulso Oviedo. El miedo, los bombardeos, las
huidas, los fusilamientos, los hombres escondidos detrás de un armario, la
muerte que aguarda en cada esquina, los secretos, las llamadas en clave a la
puerta, la depuración tras la guerra, el cambio de modelo de enseñanza en los
colegios con el franquismo, las pequeñas batallas ganadas con dignidad, la
impotencia, la represalias.
El
autor escribe la biografía novelada a través de los documentos guardado en una
carpeta azul donde la familia González-Muñíz archivaba los acontecimientos
importantes (partidas de nacimiento, defunciones, matrículas, cartas de
depuración, recibos, notas y calificaciones, contratos, …), de la investigación
de los acontecimientos y las personas citadas por Angel González, y seguramente
gracias a las largas conversaciones mantenidas por los dos poetas. El resultado
me parece de gran mérito. Por el esfuerzo de recreación, de transformación en
material literario de todos esos documentos. Por el trabajo de documentación de
los hechos y las personas. Y sobre las conversaciones de los dos poetas… seguro
que merecían haber sido gravadas en vídeo para después construir una
entrevista/documental. El libro me ha recordado al trabajo de final de carrera
que hicimos en la asignatura de “Periodismo y Literatura” del profesor Albert
Chillón. Es el tipo de libro que me habría gustado saber escribir a mí.
“Mañana
no será lo que Dios quiera” está editado en bolsillo en Punto de Lectura en
mayo de 2011. El libro fue escogido Libro 2011 por el Gremio de Libreros de
Madrid. Angel González murió el 12 de enero de 2008.
Comentario de Joaquin Sabina sobre el libro
PD. Siguiendo con la conjunción de conexiones. Creo que los dos libros que he leído este año que más me han impresionado han sido "El món d'ahir" de Stefan Zweig y “Mañana no será lo que Dios quiera”. Los dos comentados en este blog. Después de publicar esta entrada, he leído el comentario que hace Joaquin Sabina del libro de Luís García Montero sobre Ángel González. Y se me ha puesto la piel de gallina cuando dice "Le hubiera gustado escribirlo a Stefan Zweig".
Comentario de Joaquin Sabina sobre el libro
PD. Siguiendo con la conjunción de conexiones. Creo que los dos libros que he leído este año que más me han impresionado han sido "El món d'ahir" de Stefan Zweig y “Mañana no será lo que Dios quiera”. Los dos comentados en este blog. Después de publicar esta entrada, he leído el comentario que hace Joaquin Sabina del libro de Luís García Montero sobre Ángel González. Y se me ha puesto la piel de gallina cuando dice "Le hubiera gustado escribirlo a Stefan Zweig".